Era un día normal, un 11 de septiembre de 2001, a las 8 de la mañana. Como todos los días iba al trabajo de mi mamá para que después me llevara al colegio. Me encantaba ir al trabajo de ella, me divertía mucho jugando con sus compañeros. Trabaja en una de esas dos torres que se llamaban Torres Gemelas. Eran dos torres gigantes e iguales, de más de 100 pisos cada una. Mi mamá trabajaba en el piso 51. Siempre me decía que su trabajo era muy difícil y que nunca trabaje de eso. Nunca supe en qué trabajaba. Era una persona buenísima, siempre me ayudaba a elegir la ropa para ir a una fiesta, ir al cine, a los cumpleaños de mis amigos… Era la mejor mamá del mundo.
Ese día fue el peor día de mis ocho años de vida. En la empresa estaban todos muy locos, iban visitando los 100 pisos de la torre. Estaban haciendo muchas cosas juntas, hasta mi mama, no me dejaba que le hable porque me decía que estaba trabajando y que tenía que terminar sí o sí.
Ya era hora de que mamá me llevara al colegio. No quería ir a estudiar, me quería quedar en ese lugar que me encantaba. Siempre me llamó la atención lo grande que era ese edificio, admito que me daba miedo. Mire ese reloj grande que estaba arriba del escritorio de mama, aunque no supe la hora que marcaba ya que nunca aprendí como leer las agujas. Así que me di vuelta y miré el reloj digital que se encontraba en el escritorio de enfrente. Marcaban las 8 de la mañana, ya era hora de irme. Levanté la mochila, y llame a mi mama para que se apurara. Ella vino corriendo y finalmente, bajamos esos 51 pisos por el ascensor. Creo que la música del ascensor hacía más largo el camino hasta abajo de todo, era horrible y aburrida. Para no dormirme, mire unos cuantos segundos a mi mamá, tenía puesta su pollera negra por las rodillas y también la camisa blanca que había planchado a la mañana. Tenía puesto los zapatos con los que había jugado la noche anterior, disfrazandome de ella. Amaba tanto estar con ella. Yo sabía que todo lo hacía por mí, por su único hijo, ella siempre me decía que era su preferido, aunque nunca lo entendí, porque siempre fui el único. Quizá me comparaba con los nenes del barrio o con mis compañeros, pero la verdad es que no lo se.
Después de 4 minutos llegamos a la planta baja. Esa enorme sala que te recibía con los brazos abiertos y con todos esos espacios y objetos que te daban ganas de jugar a los soldados, armarte un fuerte y empezar a disparar. Todo era tan limpio que mi mama siempre, me obligo a limpiarme los zapatos. Nunca le di mucha importancia. Poco a poco nos fuimos acercando a la puerta principal, otro juguete, nunca , me aburría de dar vueltas y vueltas. Casi siempre que salíamos del edificio había varios aviones pasando cerca, me encantaban los aviones. Siempre quise ser piloto y manejar uno de esos grandes aviones. Lo que más miedo me daba, era que pasaban muy cerca de los dos edificios, porque eran muy altos. Mi mama me apuraba porque yo seguía dando vueltas en la puerta hasta que algo me llamó la atención. Uno de esos aviones, venía hacia donde estábamos mamá y yo. Mire a mama esperando que me diga algo, pero lo único que hizo fue abrazarme y decirme que me amaba. Después de eso me dijo corré. Yo corrí hacía el auto, tenía mucho miedo, y le dije a mamá que tenga cuidado y que se apurara ella también. No quería dejarla sola, era mi mama. Si ella no venía conmigo, ¿con quién me iba a quedar yo? Cuando llegue al auto me di vuelta, ese enorme avión se acercaba cada vez más desde abajo se podía ver por las ventanas a la gente corriendo, tenían tanto miedo como lo tenía yo. Pero ellos eran grandes y no tenían por qué tener miedo. Un chico se acercó a la ventana y vi salir su cuerpo. El avión se seguía acercando y lo único que pensé fue en mama. Ella estaba no se podía mover, se había caído. Cuando iba a ayudarla levantó una mano y me dijo que no. Me sonrió y nunca cerró sus ojos. No la quería dejar, ella era MI MAMÁ, era lo mejor que tenía con papa en el cielo.
Antes de que el avión chocara con los edificios, un hombre me subió a un auto y aceleró. Iba muy rápido, y nunca dejo de decirme que todo iba a estar bien. Que me tranquilizara, y que llorando no iba a ganar nada. Pero no quería dejar de hacerlo, ya no tenía papás. Es lo peor que le puede pasar a un nene con apenas ocho años. El hombre no paró hasta estar bien lejos de las dos torres. Paro en una esquina desde donde se podía ver el humo y el fuego saliendo de las torres. Seguía escuchando el ruido de la explosión, era igualito a los que escuchaba en los juegos de la computadora. Casi quedo sordo.
Nunca entendí por qué esos aviones querían atacar a esas dos torres que estaban buenísimas, pero más que nada en el mundo, no entendía por qué querrían atacarla a ella, a MI MAMÁ. Que yo sepa no les había hecho nada, es más siempre me decía que nunca había que atacar a las personas, ya que todos somos iguales.
Ahora tengo miedo y quiero estar con mi mama.
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